La primera vuelta de las elecciones brasileñas muestra a un país dividido entre la izquierda de Lula y la ultraderecha de Bolsonaro
La primera vuelta de las elecciones brasileñas se disputó el domingo 2 de octubre con un resultado dividido: Luiz Inácio Lula da Silva, líder del Partido de los Trabajadores (PT), fue el candidato más votado y obtuvo el 48% de los votos, mientras que Jair Bolsonaro, actual presidente y líder del Partido Social Liberal (PL), obtuvo el 43% de los votos.
Como ninguno de los candidatos consiguió más del 50% de los votos, el 30 de octubre tendrá que celebrarse una segunda vuelta para decidir entre los dos más votados: Lula y Bolsonaro. Ambos representan políticas opuestas y son un reflejo de la división social en Brasil.
Lula se ha impuesto en los estados del norte de Brasil, que son los estados con menos recursos y donde se registran las mayores tasas de pobreza. La mayoría de la población en esta región es negra o mestiza y cobra menos que la población blanca, según las estadísticas oficiales.
En cambio, Bolsonaro se impuso en los estados del sur, históricamente más ricos e industrializados. En estos territorios, la mayoría de la población es blanca y goza de una mayor calidad de vida. Esta división ha jugado un papel importante en las elecciones.
Brasil tiene una población de 215 millones de habitantes, de los cuales 156 millones tienen derecho a voto. En estas elecciones, además de votar por el presidente y el vicepresidente, también se elegía a los gobernadores de los 27 estados, los diputados del Congreso y una parte del Senado.
En Brasil, votar es obligatorio para las personas mayores de edad. Las personas que no votan deben pagar una multa mínima (5 reales, lo que equivale a casi un euro), pero deben presentar una justificación; de lo contrario, no pueden realizar trámites como pedir el pasaporte. En estas elecciones, la abstención fue del 20%, una cifra similar a otros comicios.
Dos presidentes enfrentados
Lula tiene una larga trayectoria en política, de joven fue sindicalista y defendió los derechos de los trabajadores antes de formar parte del PT. Se le considera el líder de la izquierda en Brasil, defensor de las políticas sociales y de las ayudas a las clases más pobres. Fue presidente de Brasil durante dos mandatos, entre 2003 y 2011, cuando Brasil experimentó un fuerte crecimiento económico.
Sin embargo, en 2017 fue condenado a 12 años de prisión por corrupción y estuvo 19 meses en la cárcel, hasta que la condena fue anulada por el Tribunal Supremo. Lula siempre ha denunciado que la acusación fue una maniobra de los sectores más conservadores y de derechas para apartarlo de la política e impedir que se presentara a las elecciones de 2018 (que ganó Bolsonaro).
Por su parte, Jair Bolsonaro es un militar retirado que fue diputado durante casi 30 años antes de convertirse en presidente en 2018. Representa los principios más básicos de la ultraderecha: ha defendido el papel de la familia tradicional y la religión en sociedad, además de impulsar la tenencia de armas o la persecución del colectivo LGTBQ+.
Las decisiones de Bolsonaro durante su mandato han generado numerosas polémicas, como el avance en la deforestación de la Amazonía, los ataques a los pueblos indígenas, la defensa de la dictadura militar en Brasil (1964-1985) o la mala gestión de la pandemia de covid, por la que podría ser juzgado de crímenes contra la humanidad.
Desde el inicio de su mandato, Bolsonaro se alineó con otros dirigentes populistas de extrema derecha como Donald Trump, expresidente de Estados Unidos, también conocido por sus políticas negacionistas contra el cambio climático o la covid.
Un país dividido
La campaña electoral ha estado marcada por una fuerte polarización entre los dos principales candidatos: la izquierda de Lula y la ultraderecha de Bolsonaro representan dos modelos políticos y sociales totalmente diferentes, y esta división se ha trasladado al electorado.
Los votantes han hecho campaña en la calle, en los medios de comunicación y, sobre todo, en las redes sociales. Esta situación ha provocado una gran desinformación (que no siempre es fácil de detectar) y ha derivado en posiciones cada vez más radicalizadas, hasta el punto de provocar enfrentamientos violentos.
Una parte muy importante de los apoyos de Bolsonaro procede de la iglesia evangelista, una religión que representa al 30% de la población en Brasil. Los evangelistas tienen una gran influencia política y económica y Bolsonaro quiere aprovecharla para ganar las elecciones. Así, durante la campaña, se difundió el rumor falso de que Lula cerraría las iglesias evangelistas, lo que provocó la ira de los más religiosos.
La crisis económica, el aumento de la pobreza y la inseguridad marcan el día a día de millones de brasileños. En esta situación, los simpatizantes de uno y otro bando se acusan mutuamente de la mala situación en el país.
Los votantes de ultraderecha creen que Lula irá en contra de los valores conservadores e introducirá políticas liberales que den más autonomía a las mujeres (como el derecho al aborto) o el colectivo LGTBIQ+, por ejemplo. Lula podría introducir reformas sociales, económicas y políticas para cambiar un sistema que hasta ahora ha beneficiado a los más ricos, como ha sucedido recientemente en otros países de Sudamérica como Chile o Colombia.
Por otro lado, los votantes de izquierdas temen que Bolsonaro continúe con sus políticas racistas, belicistas y contrarias al medio ambiente. Sin embargo, Bolsonaro cuenta con un gran apoyo entre su electorado y utiliza un discurso que apela a las emociones para convencer a los votantes.
En medio se encuentra la población brasileña, que todavía sufre los efectos de la pandemia a nivel social y económico. Cerca de 700.000 personas murieron en Brasil por culpa de la covid (en parte por la postura negacionista de Bolsonaro), mientras que el cierre de la economía ha afectado a las clases más vulnerables: la pobreza extrema ha aumentado y el número de personas que pasan hambre supera los 33 millones.