El sinhogarismo es una de las problemáticas sociales más graves y tiene consecuencias sobre la salud y el futuro de las personas que lo sufren
Vivir sin hogar es una violación de los derechos humanos y de las necesidades básicas de las personas. Y, sin embargo, se calcula que en toda la Unión Europea hay más de 700.000 personas durmiendo a la intemperie o en albergues públicos, una situación que ha empeorado debido a situaciones como la crisis económica, la crisis migratoria o la pandemia.
Son datos de la Federación Europea de Organizaciones Nacionales que trabajan con Personas sin Hogar (FEANTSA), que indican que el sinhogarismo ha aumentado un 70% en la última década. El mismo informe indica que 4 de cada 100 personas se han encontrado sin hogar al menos una vez en su vida: tres pudieron contar con la ayuda de amigos o familiares, pero la cuarta se vio empujada a vivir en la calle.
Las estadísticas también muestran que las personas sin hogar tienen perfiles muy distintos: la mayoría son hombres solteros, pero también familias monoparentales durmiendo en la calle, migrantes que al llegar a Europa se topan con numerosos obstáculos para empezar una nueva vida… El número de menores no acompañados también ha aumentado de forma alarmante en los últimos años.
Los efectos de la falta de una vivienda digna van más allá del alojamiento: también tiene consecuencias sobre la salud y sobre el futuro de las personas a largo plazo. Las cifras muestran que las personas sin hogar tienen peor salud y mueren más jóvenes. Además, cuanto más tiempo pasan en la calle, más difícil es su reinserción en sociedad, por lo que el sinhogarismo termina por cronificar la pobreza.
El informe de FEANTSA también indica que millones de personas en todo el continente tienen problemas para acceder a una vivienda digna, lo que se conoce como exclusión residencial. Este fenómeno afecta cada vez más a los jóvenes en toda Europa.
En ese sentido, las asociaciones denuncian que el alto coste de la vivienda y la falta de viviendas sociales son la principal causa del aumento del sinhogarismo. Por eso defienden la creación de más viviendas protegidas, con precios asequibles para las personas con menos recursos. Disponer de una vivienda digna es el primer paso para encontrar un entorno estable desde el que reconstruir su vida.
El ejemplo de Finlandia
Ante el grave aumento del sinhogarismo, hay un país europeo donde el número de personas sin hogar ha disminuido en los últimos años: Finlandia ha conseguido prácticamente erradicar esta problemática social apostando por la vivienda social y los programas de inclusión social.
El gobierno finlandés ha implantado una política de Housing First [Vivienda Primero]: para que una persona sin hogar pueda abandonar la calle de forma definitiva, lo primero que necesita es un hogar estable donde vivir de forma permanente.
Esta política se diferencia de otro tipo de ayudas provisionales, como el alojamiento en albergues municipales o en pisos temporales. Conseguir una plaza en estos alojamientos no es fácil y los ayuntamientos y organizaciones que los gestionan pueden poner normas y requisitos: horarios para entrar y salir, prohibición de mascotas, separar a hombres y mujeres incluso si son pareja… Esto provoca que muchas personas acaben volviendo a la calle.
Con el Housing First, los beneficiarios disponen de su propio espacio personal desde el principio, de forma definitiva. También cuentan con un equipo de voluntarios, trabajadores sociales y sanitarios que atienden sus necesidades y les orientan para que puedan encontrar trabajo o solicitar ayudas sociales.
Los estudios demuestran que, a la larga, este tipo de políticas reintegradoras resultan mucho más rentables que las medidas temporales a corto plazo: invertir en las personas sin hogar es invertir en el futuro de todos, ya que estas personas acabarán contribuyendo al bienestar social del país.
Cualquiera podría ser un sintecho
Las causas que provocan que una persona acabe viviendo en la calle pueden ser muy diversas. No se trata solo de una cuestión económica: a veces tienen trabajo pero su salario es insuficiente y, cuando llega un imprevisto, no pueden contar con la familia o un entorno cercano que les ayude.
También hay personas que sufren una pérdida familiar y, a partir de ahí, su mundo se desmorona y se ven incapaces de seguir adelante. Ante la falta de una red de apoyo o de un sistema de ayudas sociales que les ampare, pueden acabar perdiendo su hogar.
Las víctimas de violencia de género o violencia doméstica también son más vulnerables a las situaciones de pobreza y exclusión social. Lo mismo sucede con las personas que sufren algún tipo de trastorno mental y no pueden acceder al tratamiento adecuado.
Las personas sin hogar son las más vulnerables ante la exclusión social, porque no disponen de recursos para hacerle frente. Conocer las causas que les han llevado a vivir en la calle y empatizar con su situación es la forma más eficaz de combatir los estereotipos, la indiferencia y el rechazo de la sociedad.