Las ciudades adoptan nuevas tecnologías más sostenibles y menos contaminantes para combatir el cambio climático
Los científicos hace tiempo que nos advierten: el cambio climático es una amenaza real para el planeta y, si no actuamos pronto, nuestra forma de vida y el entorno natural cambiarán para siempre.
Las consecuencias son graves: pérdida de biodiversidad, subida del nivel del mar y desaparición de ciudades en la costa donde viven millones de personas, degradación del aire que respiramos, contaminación por plásticos en mares y océanos, aumento de las temperaturas globales y deshielo de los polos…
Gobiernos de todo el mundo se reúnen año tras año para acordar unos límites en las emisiones de gases contaminantes, pero los compromisos nunca son suficientes. Por ese motivo, los gobiernos locales empiezan a adoptar nuevos recursos y tecnologías para reducir la contaminación y apostar por un estilo de vida más sostenible.
Es el caso de Rambouillet, un municipio francés de poco más de 25.000 habitantes a las afueras de París, donde el ayuntamiento ha empezado a instalar luces que funcionan con organismos bioluminiscentes.
La bioluminiscencia es un fenómeno natural por el cual algunos seres vivos son capaces de producir luz gracias a una proteína llamada luciferina, que en latín significa “portadora de luz”. Hay animales y plantas que tienen esta proteína en su organismo y, a través de una reacción química, pueden iluminarse en la oscuridad: medusas, gusanos, pulpos, tiburones, hongos…
Las autoridades de Rambouillet utilizan unas lámparas bioluminiscentes creadas con tubos rellenos de agua del mar que contienen Aliivibrio fischeri, una bacteria marina con capacidad de iluminarse.
La bacteria solo necesita nutrientes y oxígeno para poner en marcha la reacción química en su cuerpo y generar luz. Para apagarla, el sistema de iluminación corta la entrada de aire dentro de los tubos: de esta forma, las bacterias dejan de ser bioluminiscentes. Un sistema renovable, ecológico y muy económico desarrollado por la empresa francesa Glowee.
Trenes solares
El tren es el principal medio de transporte en Japón: la red ferroviaria llega tanto a las zonas urbanas como rurales, en muchos casos a través de trenes de alta velocidad que superan los 300 km/h. Cada día, millones de japoneses utilizan el tren para ir a estudiar o trabajar.
Japan Railway Group es la empresa pública de trenes y cubre gran parte del territorio, pero existen otras 16 compañías privadas que complementan la red ferroviaria japonesa. Una de estas compañías es Tokyu Railway, que conecta Tokio, la capital, con Yokohama, la segunda ciudad más importante del país.
Desde el pasado mes de abril, Tokyu opera todos sus trenes con energía renovable, principalmente energía solar. También utiliza energía verde en todas sus estaciones: para hacer funcionar las máquinas expendedoras de billetes, las cámaras de seguridad o la iluminación.
De esta forma, la empresa ha reducido a cero las emisiones de dióxido de carbono, uno de los gases de efecto invernadero más contaminantes, que se produce sobre todo por la quema de combustibles fósiles como el petróleo, el gas natural o el carbón. La apuesta de Tokyu por las energías renovables permite ahorrar el equivalente a las emisiones de 56.000 hogares japoneses durante un año.
ODS11: Ciudades sostenibles
Se calcula que, en 2050, el 70% de la población mundial vivirá en ciudades. Por ese motivo es más importante que nunca crear entornos urbanos respetuosos con el medio ambiente y con las personas, en línea con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas y el ODS11: Ciudades y comunidades sostenibles.
Para contrarrestar la contaminación, las ciudades llevan a cabo diferentes iniciativas. Desde promover el transporte público con vehículos híbridos o eléctricos, hasta crear más espacios verdes y abiertos en medio de la ciudad. Además de potenciar el uso de energías renovables, también son tendencia los bosques verticales que cubren las fachadas de edificios en el centro.
El turismo es uno de los sectores económicos más importantes para las ciudades. Después de dos años de pandemia y restricciones en la movilidad, turistas de todo el mundo vuelven a viajar por sus países o al extranjero, lo que también supone un aumento en el consumo de energía y la contaminación.
Por un lado, están los desplazamientos. En 2019, los viajes en avión representaron 918 millones de toneladas métricas de CO2 a la atmósfera y más del 80% correspondía a vuelos comerciales que transportan pasajeros, según datos del ICCT. Por eso, siempre que sea posible, vale la pena apostar por otros transportes como el tren o hacer trayectos más cortos.
La producción de residuos por parte de los turistas también es un problema: sobre todo en las ciudades más turísticas, que reciben millones de visitantes cada año, pero también localidades más pequeñas y en los entornos naturales. En este aspecto, lo más importante es el sentido común: reducir el consumo de materiales desechables, reciclar siempre que se pueda y no abandonar la basura que producimos.