Existen soluciones arquitectónicas sostenibles que tienen un menor impacto medioambiental y ayudan a reducir el consumo energético de los hogares
Las temperaturas extremas que se están viviendo tanto en verano como en invierno en los últimos años, causadas en gran parte por el cambio climático, han puesto en evidencia la importancia de contar con viviendas que estén preparadas para hacer frente tanto al frío como al calor.
Poner el aire acondicionado en verano y la calefacción en invierno pueden ser una solución en este contexto de temperaturas extremas. Sin embargo, ahora los gobiernos de diferentes países del mundo están pidiendo a sus ciudadanos que intenten reducir su consumo energético ante los posibles cortes de suministro del gas por parte de Rusia.
Los consumidores pueden reducir este consumo, por ejemplo, bajando el termostato de casa y reduciendo los tiempos de aire acondicionado y calefacción. Sin embargo, la arquitectura de los edificios donde las personas pasan la mayor parte de su tiempo también puede ayudar en el ahorro energético.
Existen soluciones para construir edificios que pueden ayudar a ahorrar energía a la vez que tienen un menor impacto medioambiental al ser construidos. Es lo que se conoce como arquitectura sostenible, un modo de concebir el diseño arquitectónico de manera respetuosa con el medio ambiente, buscando optimizar recursos naturales y sistemas de la edificación.
Dentro de esta arquitectura sostenible encontramos las viviendas o casas pasivas, unas construcciones que utilizan la propia arquitectura del edificio para mantenerse calientes en los meses fríos y frescas en los meses cálidos. El objetivo principal de estas casas es llegar a reducir al máximo el consumo energético de la vivienda.
La construcción de casas pasivas
Las casas pasivas son un concepto constructivo desarrollado en 1990 por el Instituto Passivhaus en Darmstadt, Alemania. Estas son edificaciones eficientes que tienen en cuenta el diseño global de la vivienda para ahorrar energía, pudiendo reducir hasta un 90% el consumo energético respecto a una casa normal. Pero, ¿cómo lo hacen?
Todo tiene que ver con la propia construcción. Concretamente, las casas pasivas están basadas en cinco principios básicos de construcción: aislamiento térmico, hermeticidad, ventanas y puertas de calidad, sin puentes térmicos y ventilación mecánica con recuperación.
El aislamiento térmico hace referencia a cómo estas casas aíslan la temperatura, impidiendo que el calor se escape en invierno y que este entre en verano. Este principio se relaciona directamente con la hermeticidad: es fundamental que el aislamiento se haga correctamente, sellando las capas aislantes y consiguiendo que la vivienda quede hermética.
Además de las capas aislantes, estas viviendas también deben contar con puertas y ventanas de calidad que ayudan en el aislamiento. Normalmente se utilizan ventanas de triple vidrio para evitar en todo lo posible las pérdidas de calor y frío.
Por otro lado, en las casas pasivas es importante eliminar los puentes térmicos, es decir, aquellos puntos débiles de la estructura por los que se puede perder el aislamiento conseguido. Estos pueden ser, por ejemplo, un clavo mal puesto o una ventana con mal cierre, por donde puede entrar calor o frío del exterior.
El último principio es la ventilación mecánica con recuperación. Las casas pasivas llevan instalado un sistema de ventilación mecánica que filtra el aire y recupera el propio calor de la casa para calentar el aire que entra. De esta manera, no es necesario abrir las ventanas para ventilar, algo que puede perjudicar al aislamiento.
Aprovechar los recursos para ahorrar
Para su construcción, las casas pasivas suelen tener en cuenta la orientación, la distribución de calor, la ventilación y el aislamiento, entre otros factores. Pero más allá de estos principios básicos, las casas pasivas incorporan una serie de elementos que pueden ayudar en el ahorro energético y en el aprovechamiento de los recursos naturales.
Por ejemplo, estas viviendas sostenibles suelen incorporar placas solares para aprovechar la luz solar como fuente de energía. Estas placas no generan emisiones contaminantes de ningún tipo una vez instaladas, por lo que no suponen un perjuicio para el medio ambiente. Pero además, permitirán ahorrar en la factura de la electricidad.
Otro ejemplo es el aprovechamiento del agua de lluvia. A través de diferentes mecanismos de recogida de agua, esta puede ser utilizada en las viviendas para fregar, regar o cocinar; incluso para beber si el agua se somete a un tratamiento químico.
Aunque pueda parecer algo novedoso, las viviendas pasivas existen desde la antigüedad. A lo largo de la historia, las comunidades han intentado construir sus viviendas utilizando los recursos disponibles en su entorno y adaptándose a la geografía y la meteorología del lugar para obtener el mejor resultado.
Pensemos por ejemplo en las casas de barro de Mali o en los iglús de las regiones árticas. Aunque no sigan a la perfección los principios básicos de construcción de las casas pasivas, estas viviendas están construidas adaptándose a la situación concreta de estos lugares y de sus habitantes.