De tradición navideña a fiesta consumista, negocios digitales y comercios locales se han apuntado a la moda del ‘Black Friday’
Este viernes es el Black Friday, una jornada en la que comercios pequeños, grandes superficies y negocios online aprovechan la proximidad de la Navidad para iniciar la campaña comercial y hacer grandes descuentos en sus productos.
Desde finales de octubre, los anuncios de televisión, las páginas web y las redes sociales empiezan a llenarse con promociones y descuentos para este día. No obstante, el origen histórico del Black Friday queda muy lejos de las compras por internet. De hecho, existen varias versiones para explicar la aparición de este día, aunque todas nacen en Estados Unidos.
Una de las más antiguas hace referencia al Viernes Negro que se vivió en la bolsa de Nueva York el 24 de septiembre de 1869. Dos inversores intentaron acaparar el mercado del oro para forzar un incremento en el precio de este metal precioso. Pero el complot financiero fue detectado y el precio del oro acabó cayendo en picado, lo que provocó la ruina de varios inversores y una grave crisis económica en todo el país.
Un siglo después, en la ciudad de Philadelphia, tuvieron lugar una serie de hechos que también se describieron como “Black Friday”. El viernes 28 de noviembre de 1952 era el día después de Acción de Gracias, empezaba la campaña de Navidad y se disputaba un gran partido de fútbol americano en la ciudad.
Las calles estaban llenas, hubo grandes atascos y la policía tuvo que intervenir para evitar altercados: los agentes empezaron a referirse a ese día como Black Friday. La expresión se popularizó y pronto empezó a utilizarse incluso en la prensa.
Hoy en día, el Black Friday sigue celebrándose el cuarto viernes de noviembre, justo después del día de Acción de Gracias (que se celebra el cuarto jueves de este mes). Para los comerciantes, es una fecha perfecta para que los clientes avancen las compras navideñas y así ampliar su margen de beneficios.
Un consumo poco sostenible
Fenómenos como el Black Friday fomentan el consumismo, que es la “tendencia inmoderada a adquirir, gastar o consumir bienes no siempre necesarios”, según la definición de la RAE. Se trata de una forma de consumo poco sostenible que favorece los productos de un solo uso y tiene un gran impacto sobre el planeta.
Cuando compramos productos muy baratos, suelen ser productos de baja calidad que no duran mucho. A la larga, esto nos obliga a volver a comprar o comprar varios artículos a la vez, cuando en realidad solo necesitaríamos uno.
El consumismo también favorece una sobreproducción de bienes, más de los que realmente necesitamos. Al fabricar más, se consumen más recursos naturales y se producen más emisiones contaminantes durante el proceso de fabricación. Al mismo tiempo, cuantos más productos compremos y desechemos, mayor será la generación de residuos y más difícil será tratarlos.
Este problema será cada vez mayor si tenemos en cuenta que la población mundial no deja de aumentar y que ya somos 8.000 millones de habitantes en la Tierra. Cambiar nuestra forma de consumir pensando en el medio ambiente y los derechos humanos puede ayudarnos a proteger nuestro planeta y combatir el cambio climático.
La solución es sencilla: comprar con sentido común. ¿Piensa si realmente necesitas comprarlo? ¿Existen alternativas que puedas conseguir en comercios locales? Y para fomentar un comercio justo y responsable: fíjate en dónde se ha producido y/o si la empresa respeta los derechos laborales de sus trabajadores.
¿Comercio online o comercio local?
Una de las claves del éxito del Black Friday es su promoción a través de internet, las redes sociales y las plataformas de comercio online. Comprar a golpe de clic es mucho más sencillo que desplazarse hasta la tienda, hacer cola, esperar a que el dependiente nos atienda… Además, tenemos acceso a productos de todo el mundo y una gran variedad de artículos que no siempre encontramos en las tiendas.
No obstante, comprar por internet también tiene sus desventajas. Por un lado, desaparece el trato personal con los vendedores, no solo para que nos recomienden productos sino también para resolver dudas. Tampoco podemos ver el producto real hasta que llega a nuestra casa en un caja (y, a menudo, lo que recibimos no tiene nada que ver con lo que habíamos visto en internet).
Por otro lado, las compras online están provocando un cambio importante en los hábitos de consumo. Nos hemos acostumbrado a comprar a distancia y hemos dejado de ir presencialmente. El resultado es la desaparición del comercio de proximidad y de las pequeñas tiendas y comercios de toda la vida, que se han visto obligados a cerrar por la falta de ingresos.
Otra de las consecuencias es que las grandes marcas y franquicias se están haciendo con estos espacios: las calles de muchas ciudades parecen copias unas de otras, porque siempre encontramos el mismo tipo de comercios. Ante la falta de variedad, acabamos recurriendo a internet, donde “se encuentra de todo”, pero en el fondo es un pez que se muerde la cola…
Por último, los ingresos del comercio online no suelen repercutir en las personas, sino que solo benefician a las empresas. Los comercios tradicionales, ubicados en tiendas físicas, pagan unos impuestos al Estado que sirven para mejorar los servicios en las ciudades; en cambio, muchas empresas digitales tributan en países extranjeros donde pagan menos impuestos y donde sus beneficios no revierten en la sociedad.