Varios proyectos científicos incorporan la robótica en insectos para convertirlos en herramientas de rescate
Un grupo de científicos del Riken Cluster for Pioneering Research (CPR), en Japón, acaba de presentar su último proyecto con insectos cíborg (insectos que incorporan elementos robóticos en su cuerpo): un nuevo prototipo de cucarachas teledirigibles, diseñadas para participar en tareas de búsqueda y rescate.
Estas cucarachas llevan un esqueleto robótico enganchado a su cuerpo, a través del cual los científicos controlan el movimiento de las patas a distancia y las conducen en la dirección que quieren. La idea es que estos insectos puedan recorrer e inspeccionar zonas de acceso peligroso.
Gracias a su reducido tamaño, las cucarachas ciborg pueden introducirse por agujeros muy pequeños por donde no caben personas o perros de rescate. Así podrían ayudar a buscar supervivientes entre los escombros de un terremoto o de una explosión de gas, por ejemplo.
Además del esqueleto robótico, las cucarachas también llevan una especie de batería en forma de mochila para que el dispositivo funcione. La gran novedad es que la batería se carga a través de unas placas solares flexibles y superfinas (4 micrómetros de grosor) que se adaptan al cuerpo del insecto y permiten que se mueva sin problemas.
El estudio, publicado en la prestigiosa revista Nature, señala que este nuevo prototipo resuelve los problemas de duración de la batería que presentaban los modelos anteriores. Así, los insectos pueden controlarse durante más tiempo y las tareas de rescate no deben interrumpirse.
Los científicos han utilizado cucarachas de Madagascar (Gromphadorhina portentosa), que miden hasta seis centímetros de largo y pueden cargar con el dispositivo robótico con facilidad.
Insectos cíborg
El proyecto del CPR no es la primera iniciativa que combina insectos y robótica. Laboratorios, instituciones y gobiernos de todo el mundo invierten millones en investigación científica para convertir los animales en robots.
La Universidad de Washington presentó en 2020 los resultados de un proyecto con langostas cíborg que habían sido entrenadas para detectar explosivos. Las langostas pueden distinguir los vapores que emiten los productos explosivos y localizar su origen.
Aprovechando esta habilidad, los científicos entrenaron un enjambre de langostas para encontrar señuelos marcados con ese olor y les incrustaron electrodos y transmisores para controlar su ubicación. La investigación de las langostas cíborg fue financiada por la Fuerza Naval de Estados Unidos.
La Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa (DARPA), que pertenece al Departamento de Defensa estadounidense, también ha desarrollado varios proyectos de biorobótica. Uno de los más polémicos fue la idea de convertir insectos voladores en drones minúsculos.
En un principio, el objetivo era que estos cíborgs sirvieran para vigilar cosechas y monitorear los daños provocados por desastres naturales; sin embargo, también existe el temor de que puedan convertirse en pequeñas armas militares utilizadas para la guerra. Estos robots diminutos también pueden incorporar cámaras y micrófonos, por lo que pueden amenazar el derecho a la privacidad.
Además de los esqueletos robóticos, otra de las técnicas utilizadas es la de implantar chips dentro del cuerpo de los insectos: estos dispositivos realizan descargas eléctricas que permiten controlar el movimiento de los animales, un sistema parecido al de los implantes en humanos.
Cíborgs: ¿una nueva especie?
Un cíborg es el acrónimo de “organismo cibernético”: un ser vivo al que se incorporan dispositivos electrónicos para mejorar sus capacidades. La evolución de la tecnología, que cada vez está más presente en nuestras vidas, ha hecho que la incorporación de elementos electrónicos o robóticos en personas sea cada vez más habitual.
Una de las aplicaciones más conocidas es en la medicina. Dispositivos como los marcapasos (que regulan el ritmo cardíaco), los implantes inteligentes (que estimulan el sistema nervioso) o los implantes cocleares (que convierten los sonidos en estímulos nerviosos para que las personas sordas puedan oír) han permitido mejorar y salvar la vida de muchas personas.
Un paso más allá ha ido el artista Neil Harbisson, la primera persona del mundo reconocida como “ciudadano cíborg” por un gobierno. Harbisson padece acromatopsia, una enfermedad que impide ver los colores. Desde 2004 lleva implantada una antena en el cerebro que capta las ondas de luz y las traduce en sonidos, de forma que así puede distinguir los colores.
La antena también incluye un implante bluetooth que le permite conectarse a internet. Harbisson defiende el derecho de las personas cíborg a introducir elementos robóticos en su cuerpo para potenciar sus habilidades y sentidos.
En el caso de los insectos cíborg, los defensores de los animales denuncian que esta tecnología es una forma de maltrato animal y ponen en cuestión la ética de estos sistemas: ¿Dónde está el límite en el uso de animales e insectos? ¿Está justificado que sufran para salvar vidas humanas?