Es necesario buscar un nuevo modelo de producción y consumo para cuidar el planeta y hacer frente a los efectos del cambio climático
Ariadna Trillas (Alternativas Económicas)
Comprar comida o hacernos con el último videojuego. Movernos de una punta de la ciudad a la otra. Calentar la casa en invierno. Lo que hay detrás de actos como estos es la economía: el esfuerzo para encontrar los materiales de los que están hechas las cosas, producirlas, llevarlas a las tiendas, comprarlas, repararlas… Todos estos pasos requieren el uso de energía.
Si imaginamos el mundo como un juguete que funciona a pilas, las pilas serían recursos que se encuentran en la naturaleza y que llamamos combustibles fósiles: carbón, petróleo, gas… Son algunas de las fuentes de energía disponibles en la actualidad.
El problema es que esas pilas no solo terminarán agotándose, sino que contaminan y contribuyen a que la temperatura de la Tierra aumente. Esto tiene graves consecuencias para el medio ambiente, pero también para la salud de todas las personas.
Producir y consumir sin descanso es la forma de vivir a la que la sociedad actual se ha acostumbrado gracias a fuentes de energía baratas, que permiten que la economía siga funcionando. El problema es que este sistema de producción y consumo no es sostenible a largo plazo.
El planeta ha dicho basta
La ciencia lleva tiempo alertando de que los recursos de la Tierra no son inagotables. A ese estilo de vida de usar y tirar debemos sumar el hecho de que cada vez vive más gente en el planeta: hace 30 años éramos casi 5.000 millones de personas, y ahora ya superamos los 8.000 millones. Con todo esto, el planeta está llegando a su límite.
No hay recursos para todo el mundo y estos están mal repartidos entre los países ricos y aquellos con menos ingresos. Además, la temperatura global está provocando graves consecuencias negativas, como la pérdida de cosechas, las migraciones climáticas, la eliminación de hábitats naturales, el aumento de sequías, inundaciones y olas de calor… Todo esto amenaza la supervivencia de distintas especies naturales y también la del propio ser humano.
La emergencia climática obliga a cambiar de pilas: cambiar las fuentes de energía contaminantes por otras más limpias, como el sol, el viento o el agua. De esta manera, este juguete del mundo podrá seguir con vida y funcionando. Pero también es necesario reducir el consumo de los materiales con los que se produce. Es decir, cambiar la forma en que está configurada la economía actual.
El cambio debe ser global
Para que se produzca este cambio será necesario adoptar otras actitudes. Por ejemplo, habrá que eliminar el sistema de usar y tirar y pensar en otros mecanismos como el de reutilizar, reciclar y reparar. Es importante que esto no sea una actitud individual de cada persona, sino que las bases de toda la economía global deben cambiar.
Es necesario transformar industrias enteras, como aquellas que utilizan plásticos o derivados del petróleo. También cambiar el modelo de producción del automóvil, para fomentar que los coches sean eléctricos y contaminen lo menos posible. Este cambio también implica poner freno al turismo masivo, que provoca graves problemas sociales y medioambientales, como el éxodo de la población local y el cierre de comercios tradicionales.
Hasta hace poco, y pese a que desde la ciencia alertaba de una situación irreparable, los gobiernos del mundo no entendían que la protección de la economía tiene que venir acompañada de la protección del medio ambiente. Un buen ejemplo de ello es la fabricación de coches: fabricar muchos vehículos se consideraba bueno para la economía porque daba trabajo a muchas personas, aunque la contaminación resultara fatal para el planeta.
El problema es que, a la vez que estas industrias dan trabajo a muchas personas, también contaminan y empeoran la salud de la Tierra. Y sin la salud del planeta no habrá salud en la población.
Un reto muy difícil
Esta transformación económica es un reto muy difícil, porque el tiempo es cada vez más reducido y los gobiernos no se han preparado para desarrollar actividades alternativas. De hecho, los países del mundo pactaron que se actuaría para evitar superar un incremento de la temperatura de más de 1,5ºC a final de siglo. Sin embargo, los expertos auguran que, si no se toman más medidas, este tope se alcanzará en 2030.
En la actualidad hay muchas investigaciones que se han dedicado a estudiar cuánto costaría ese cambio de pilas, esa transición energética que el planeta necesita. En los próximos 30 años, se necesitaría entre 92 y 173 billones de dólares. Para que nos hagamos una idea de lo que significa: la riqueza generada en todo el mundo el año pasado fue de 100 billones.
Pero además, transformar la economía significaría acostumbrarnos a un nuevo estilo de vida: compartir coches, usar más el transporte público y la bicicleta, consumir productos locales que eviten el transporte desde otros lugares, lograr que los edificios estén mejor protegidos del frío en invierno y del calor en verano, no utilizar más agua de la necesaria mientras nos duchamos, utilizar el tren en lugar del avión…