La carga mental doméstica tiene una relación directa con los roles de género e influye en la salud mental de las mujeres
El trabajo doméstico es el trabajo no remunerado realizado por los miembros de un hogar, llevando a cabo tareas destinadas al buen funcionamiento del mismo. No solo se trata de ordenar, limpiar o cuidar de los más pequeños y mayores de la casa, sino que la persona encargada también tiene que organizar, planificar y coordinar horarios y recursos.
Tradicionalmente, las mujeres se han encargado de las tareas en el ámbito doméstico y han tenido que gestionar una cantidad muy grande de información con rapidez y destreza. Para lograrlo, han tenido que poner en marcha procesos cognitivos complejos como la memoria, la atención o la concentración.
Aun así, cuando las mujeres se incorporaron al mundo laboral, las tareas domésticas no se repartieron entre hombres y mujeres: las mujeres tuvieron que asumir la carga de su carrera profesional y, al mismo tiempo, seguir haciéndose cargo de las tareas domésticas que ya hacían antes. En ese sentido, los roles de género asociados a los cuidados y mantenimiento del hogar se mantuvieron.
La carga mental
La carga mental es un término creado por la socióloga Susan Walzer en 1996 que describe este trabajo invisible pero necesario dentro del hogar: buscar tiempo para ordenar la casa, llevar a los niños y niñas al colegio, garantizar a los hijos una buena alimentación, estar al día de las fechas de entrega y reuniones con profesores o dar apoyo emocional son algunos ejemplos.
La capacidad de organización necesaria para gestionar una casa y una familia, y la sobrecarga mental que todo ello supone, todavía están invisibilizadas y son una de las grandes reivindicaciones del feminismo.
La solución no solo pasa por un reparto equitativo de las tareas. La igualdad en el ámbito doméstico implica también que no sean ellas únicamente las que tengan que recordarlo todo. Esta corresponsabilidad va más allá de pedir ayuda: también significa poder delegar y liberarse de la obligación de llevar el control para que todo funcione, tal como explica el cómico No me lo has pedido de la dibujante francesa Emma Clit.
El síndrome de la ‘Superwoman’
Solo hace 200 años que las mujeres empezaron a incorporarse en el mercado laboral con la Revolución Industrial. A menudo tenían que trabajar más horas por un sueldo más bajo que el de sus compañeros. Y, aunque las condiciones laborales han mejorado con los años y cada vez se acercan más a la igualdad, todavía queda mucho camino por hacer.
La autoexigencia todavía define a muchas mujeres trabajadoras del siglo XXI que intentan demostrar que pueden llegar a todo y, además, hacerlo a la perfección. Una idea alimentada por el sistema económico y social en que vivimos, que prioriza la productividad por encima de la salud mental.
El problema es que intentar demostrar nuestro valor constantemente, desde que nos levantamos por la mañana hasta que nos acostamos cada noche, puede suponer un malestar emocional y generar sentimientos de frustración hacia otros miembros de la familia que no se hacen cargo de los trabajos del hogar.
El problema de la conciliación
La conciliación entre la vida profesional y la vida personal implica que una persona pueda cumplir con sus tareas laborales y, al mismo tiempo, cubrir todas sus necesidades en el ámbito privado: con su familia, pareja, amigos…
Puesto que las mujeres suelen responsabilizarse de la mayoría de tareas domésticas, la conciliación siempre es más difícil para ellas. Por este motivo, una de las principales reivindicaciones del feminismo es la aplicación de políticas de conciliación que permitan combatir la sobrecarga de tareas a la cual se enfrentan muchas mujeres hoy en día.
Estas políticas de conciliación podrían reducir la brecha salarial: si hombres y mujeres se hicieran cargo de los cuidados, la crianza y las tareas domésticas de manera equitativa, no serían solo las mujeres las que tendrían que pedir excedencias o reducciones de jornada, por ejemplo.
Además, si los hombres se implicaran más en el ámbito doméstico, la carga mental quedaría más repartida y las mujeres tendrían las mismas oportunidades laborales que ellos. Promover la conciliación no solo beneficiaría a las mujeres a nivel individual, sino que también permitiría a la sociedad avanzar como colectivo.