Las revistas anglosajonas Jacobin y New Statement publicaron obituarios y, en España, algunos representantes políticos, como el portavoz parlamentario de Sumar, Íñigo Errejón, dieron el pésame en las redes
La semana pasada, miles de mensajes de condolencias y reconocimientos llenaron las redes sociales después de que se viralizara una noticia falsa sobre la muerte del lingüista y filósofo Noam Chomsky. No es la primera vez que esto ocurre: unos meses atrás, también se anunció la supuesta muerte del cantautor Tomeu Penya, que resultó ser falsa. Personalidades famosas mueren y resucitan en las redes sociales en pocas horas de diferencia.
Pero la cosa no quedó solo entre unos cuantos posts de usuarios en X (antes Twitter). Las revistas anglosajonas Jacobin y New Statement publicaron obituarios y, en España, algunos representantes políticos, como el portavoz parlamentario de Sumar, Íñigo Errejón, dieron el pésame en las redes.
Ahora bien, ningún medio de referencia del Estado publicó la noticia. Unos minutos más tarde, la esposa de Chomsky desmintió la supuesta muerte de su marido en un mensaje a la agencia Associated Press. Este hecho desencadenó una avalancha de rectificaciones en X.
La importancia de identificar la desinformación
Durante el tiempo del día que dedicamos a internet no solo consumimos contenido de manera pasiva, también participamos enviando contenido diariamente: dando me gusta, compartiendo artículos, escribiendo posts en las redes, reenviando correos electrónicos o mensajes de WhatsApp, etc.
Los contenidos digitales son infinitos y accesibles para todos. Esta libertad tiene aspectos negativos y positivos. Por un lado, es una oportunidad para poder descubrir y conectar con una variedad de voces y perspectivas que quizá antes no teníamos al alcance o que desconocíamos. La inmediatez de las redes facilita el seguimiento de noticias en tiempo real y la participación en movimientos sociales. Pero, por otro lado, esta libertad también ha abierto la puerta a la publicación indiscriminada de información imprecisa, sin contrastar, irrelevante o incluso manipuladora.
En las redes sociales todos pueden opinar. El gran volumen de información publicada (mucha de baja calidad) hace que nos resulte mucho más complicado procesarla y comprenderla de manera crítica. A este fenómeno lo llamamos “infoxicación” o sobreinformación.
Aprender a discernir la información de calidad entre el mar infinito de contenidos es fundamental para poder navegar el nuevo panorama informativo. Como la supuesta muerte de Chomsky, cada día nos llegan noticias falsas o sacadas de contexto. Para protegernos de este tipo de contenidos y evitar participar en su difusión, es necesario prestar mucha atención a las fuentes. Que un representante político comparta cierta información no necesariamente significa que sea veraz. En materia de actualidad, nuestras fuentes deben ser los medios de comunicación de referencia y las organizaciones de verificación de datos.
Todo esto destaca la importancia de ser críticos y atentos a la hora de identificar la desinformación. Aprender a hacer este análisis es un proceso necesario porque todos —también la clase política— somos vulnerables a la desinformación. Antes de compartir alguna noticia que nos emocione, detengámonos. Después, revisemos siempre si alguna fuente periodística de referencia la menciona. Aún mejor si esta se dedica a la verificación de hechos.