Esta planta oceánica vive en aguas poco profundas y puede extenderse decenas de kilómetros bajo el mar
Los científicos han descubierto la planta más grande del mundo: se trata de la posidonia australis, una planta marina que ocupa una superficie de unos 200 kilómetros cuadrados y se extiende por la costa oeste de Australia. Los investigadores calculan que tiene unos 4.500 años de antigüedad.
El descubrimiento llegó por casualidad. Investigadores de las universidades de Flinders y de Western Australia estaban recolectando muestras de plantas en la región de Shark Bay para un proyecto de recuperación del medio ambiente. Se analizaron 18.000 marcadores genéticos y, al compararlos, se dieron cuenta de que todos pertenecían a una única especie.
La posidonia australis vive en aguas poco profundas y forma una gran mata oceánica. Su crecimiento es lento, pero se ha ido extendiendo por el fondo marino y ya ocupa buena parte de Shark Bay, un espacio natural reconocido como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1991.
En el estudio, los investigadores explican que la posidonia australis tiene unas hojas grandes y alargadas con forma de cinturón, de color verde brillante. Estas hojas tienen puntas redondeadas y pueden crecer más de 80 cm de largo y entre 6 y 14 mm de ancho. A diferencia de las algas, las plantas marinas necesitan luz solar para sobrevivir: por eso la posidonia vive en aguas superficiales.
La presencia de esta planta proporciona un gran valor ecológico a la zona, ya que convive y sirve para una gran variedad de fauna marina. De esta forma, proporciona hábitat, refugio y alimento a numerosas especies. También protege la calidad del agua, filtra y recicla los nutrientes, estabiliza los sedimentos del fondo marino y proporciona un entorno de reproducción y cría seguro.
Un ecosistema bajo el mar
La posidonia es una planta marina que tiene diferentes especies: en la costa de Australia se encuentra la posidonia australis, mientras que en el mar Mediterráneo existe la posidonia oceanica. A pesar de las diferencias, ambas tienen raíces, tallos, hojas, flores y frutos (igual que las plantas que viven en tierra).
Las algas fueron uno de los primeros organismos del planeta; hace millones de años, las algas verdes o clorofitas evolucionaron y desarrollaron unas características distintas, convirtiéndose en plantas que necesitaban la luz del sol para alimentarse y crecer. Es decir, las plantas terrestres que viven fuera del agua y con las que convivimos día a día tienen su origen dentro del mar.
Las plantas oceánicas son muy longevas y pueden vivir durante siglos. Aunque crecen muy lentamente, llegan a extenderse como una enorme alfombra marina que ocupa kilómetros y kilómetros. Y florecen muy pocas veces.
Como plantas verdes que son, producen una elevada cantidad de oxígeno: un metro cuadrado puede producir hasta 14 litros de oxígeno al día. Por ese motivo, las plantas marinas juegan un papel fundamental en la lucha contra el cambio climático: contribuyen a absorber el CO2 de la atmósfera, reduciendo así el calentamiento global.
Por otro lado, las plantas oceánicas son el hogar de muchas especies acuáticas y contribuyen a la supervivencia de todo el ecosistema marino. Gracias a sus raíces, protegen el suelo oceánico de las corrientes marinas y evitan la erosión de las playas causada por las olas.
La posidonia, en peligro
A pesar de su importancia para el medio ambiente, las extensiones de posidonia están en peligro en todo el planeta: en los últimos 30 años, la mitad de la superficie de estas praderas ha desaparecido, según Greenpeace. La causa principal, en la mayoría de los casos, es la actividad humana.
La construcción de estructuras costeras como muelles o zonas de atraque para barcos destruye el fondo marino y pone en peligro la supervivencia de esta planta. La pesca de arrastre también tiene un gran impacto medioambiental, así como los efectos de las hélices, anclas y el paso de pequeñas embarcaciones a ras del suelo.
Por otro lado, el cambio climático también influye en la posidonia y otras plantas marinas, que son muy sensibles a los cambios ambientales. El aumento de temperaturas puede incidir en la calidad del agua de los mares y océanos y perjudicar la salud de todas las especies marinas, plantas incluidas. A su vez, esto repercutiría en la cantidad de dióxido de carbono que estas plantas pueden absorber.
El verano de 2010, en la costa oeste de Australia, tuvo lugar una ola de calor con temperaturas extremas que afectó especialmente a las plantas marinas: muchas murieron y se perdió una parte importante de las praderas marinas de Shark Bay, con garves consecuencias para todas las especies.