La sexualidad forma parte de la vida de todas las personas, también de las que tienen una discapacidad física o intelectual
La sexualidad es un elemento central en la vida de las personas que está presente desde el momento en el que nacen. Según la Organización Mundial de la Salud, la sexualidad abarca aspectos tan diferentes como el sexo, las identidades y roles de género, la orientación sexual, el placer, la intimidad o la reproducción.
También forma parte de la vida de las personas con discapacidad o diversidad funcional. Son personas que tienen una serie de limitaciones, a nivel físico o intelectual, que condicionan su día a día. Aun así, tienen los mismos derechos que el resto de la sociedad y también experimentan la sexualidad a lo largo de su vida.
En ese sentido, las personas con discapacidad necesitan aprender sobre sexualidad y poder expresar sus preferencias en este ámbito. Conocer su cuerpo, expresar libremente su orientación sexual o comprender cómo funcionan la reproducción y el placer son condiciones necesarias para ejercer sus derechos sexuales y reproductivos.
Por otro lado, las personas con discapacidad no son ajenas a los problemas vinculados a la sexualidad, como la violencia de género, el abuso sexual, los embarazos no deseados o las infecciones de transmisión sexual. Todos los seres humanos pueden tener que enfrentarse a este tipo de riesgos a lo largo de su vida.
Las personas con diversidad funcional tienen derecho a decidir en el ámbito de la sexualidad qué quieren hacer, con quién quieren estar, cuándo, cómo y dónde. Es decir, poder determinar libremente cuáles son sus intereses, necesidades y deseos sexuales.
Sobreprotección y tabú
La sexualidad es algo común y natural en todas las personas. Sin embargo, la relación entre sexualidad y discapacidad ha sido un tema históricamente silenciado. Cuando hablamos de personas con discapacidad, la identidad sexual y el placer están rodeados de tabús y estigmas.
Los adultos con diversidad funcional a menudo se enfrentan a obstáculos y reticencias cuando se trata de explorar y desarrollar su sexualidad. Tradicionalmente, la sociedad y las instituciones han adoptado una actitud de sobreprotección con estas personas, evitando la posibilidad de que puedan entablar relaciones sexuales.
El objetivo de esta actitud protectora es evitar prácticas de riesgo, como el abuso o las agresiones sexuales. Sin embargo, a largo plazo, esto se traduce en una falta de educación sexual entre las personas con discapacidad, que puede provocar todavía más malentendidos sobre cuestiones sexuales.
Al mismo tiempo, la falta de relaciones sexoafectivas influye directamente en su vida y sus relaciones personales. La sexualidad no puede separarse de la calidad de vida y la satisfacción personal. Por eso, negar este ámbito a las personas con discapacidad supone vulnerar sus derechos sexuales y reproductivos, que son derechos universales.
Sexualidad más allá del coito
Cuando pensamos en relaciones sexuales, solemos relacionar este concepto únicamente con el coito y la penetración. Reducir las relaciones sexuales a la penetración recibe el nombre de coitocentrismo.
Sin embargo, las relaciones sexuales engloban diferentes prácticas sexuales: son un conjunto de comportamientos que realizan al menos dos personas con el objetivo de dar o recibir placer sexual. Este placer puede obtenerse a través del coito pero también por las caricias, los besos, la masturbación o el sexo oral.
Además, la sexualidad es un concepto muy amplio que va más allá de las relaciones sexuales. Engloba prácticas como la expresión de afecto a través de un beso o un abrazo, el deseo de atraer al otro, el autoconocimiento del cuerpo, la intimidad con otra persona…
Cada ser humano es único y tiene sus propios deseos y necesidades en el ámbito de la sexualidad. Por eso, también las personas con diversidad funcional deben poder disfrutar libremente de su sexualidad.