El nuevo iPhone tendrá un puerto de carga tipo USB-C para cumplir con la normativa europea, que obligó a Apple a retirar su cargador exclusivo
La Unión Europea aprobó en 2022 una nueva normativa que obliga a una serie de dispositivos electrónicos a utilizar un cargador universal: el puerto USB tipo C. Con esta norma, los consumidores no necesitarán un cargador distinto para cada móvil o tableta, sino que podrán utilizar un mismo cable para todos sus aparatos.
Este cargador común no solo aumentará la comodidad de los consumidores, sino que reducirá notablemente los residuos electrónicos. Los consumidores de la UE compraron en 2020 aproximadamente 420 millones de dispositivos electrónicos, según datos del Consejo Europeo. De media, cada consumidor necesitó tres cargadores diferentes.
Esta norma se dirige a una gran variedad de aparatos: teléfonos móviles, tabletas, libros electrónicos, cámaras digitales, videoconsolas, auriculares, altavoces portátiles, ratones y teclados inalámbricos, sistemas portátiles de navegación... Las empresas encargadas de fabricar estos dispositivos tendrán de margen hasta finales de 2024 para adherirse a la ley.
Una de las empresas que se mostró contraria a esta obligación fue Apple, una de las compañías tecnológicas estadounidenses más importantes del mundo. La tecnológica consideró que esta norma limitaba su libertad empresarial y afectaba directamente al diseño de sus productos.
Sin embargo, a Apple no le ha quedado más remedio que cumplir la normativa europea. Esta semana ha presentado su nuevo teléfono móvil, el Iphone 15, que incorpora un puerto de carga universal tipo USB-C. Hasta ahora, la empresa utilizaba un cargador exclusivo que solo servía para sus productos.
Contaminación electrónica
La tecnología evoluciona a pasos agigantados y cada día se fabrican miles de dispositivos electrónicos nuevos. Esto se traduce en toneladas de residuos que se acumulan en vertederos y que no se procesan adecuadamente.
Cada año se generan más de 50 millones de toneladas de residuos electrónicos en todo el mundo: el equivalente a tirar 4.500 torres Eiffel, según datos de las Naciones Unidas (ONU). Hablamos de teléfonos móviles, tabletas, ordenadores y videoconsolas que acaban en la basura.
Pero también cables y cargadores. Solo en Europa, se estima que los cargadores desechados y no utilizados acumulan hasta 11.000 toneladas de desechos electrónicos cada año, según el último informe del Consejo Europeo. El problema es que muchos de estos desechos no se reciclan de manera correcta.
Los productos electrónicos usados contienen sustancias peligrosas además de materiales valiosos, como el cobre o el níquel. Por esta razón, requieren un tratamiento especial una vez son tirados a la basura. Sin embargo, la ONU señala que solo una quinta parte de estos residuos reciben este tratamiento.
Como consecuencia, la “basura electrónica” acaba contaminando el medioambiente: en ocasiones afecta al agua y la cadena de alimentos, impactando directamente en la salud de miles de personas en el mundo. En otros casos, estos desechos se acaban quemando, un proceso que emite sustancias tóxicas a la atmósfera y envenena a niños y adultos.
El modelo de consumo
Vivimos en un modelo de consumo capitalista, que se basa en el crecimiento económico a través del consumo constante de bienes y servicios. En este contexto cobra sentido el concepto de obsolescencia programada, que se refiere a la práctica que llevan a cabo los fabricantes a la hora de diseñar intencionadamente productos con una vida útil limitada.
Este sistema alienta a los consumidores a comprar productos nuevos con frecuencia, incluso cuando los productos actuales todavía funcionan. Las estrategias de marketing y publicidad juegan un papel muy importante, pues se vende la idea de que es necesario tener un producto nuevo y “mejorado”.
Como consecuencia, se genera un ciclo de consumo constante: las empresas tecnológicas venden más dispositivos y, como consecuencia, ganan más dinero. Esto impulsa el crecimiento económico pero, al mismo tiempo, aumenta la generación de desechos electrónicos.
La rápida obsolescencia de los productos electrónicos también tiene un gran impacto ambiental. Los recursos se agotan más rápidamente porque la demanda constante de nuevos dispositivos requiere la extracción de más minerales y metales preciosos. Esto pone una presión adicional sobre los ecosistemas y los recursos naturales.
Todo este sistema ha llevado a un cambio en la mentalidad de algunos consumidores. A medida que más personas se vuelven conscientes de que los productos electrónicos están diseñados para volverse obsoletos, están optando por productos más duraderos y sostenibles.