El sistema electoral norteamericano se basa en la votación indirecta: no siempre gana el candidato con más votos
La Constitución de Estados Unidos establece un sistema electoral de elección indirecta: los ciudadanos y ciudadanas norteamericanas no votan directamente al presidente, sino a unos representantes que luego delegan su voto.
Eso significa que no gana el candidato con más votos, sino el que gane más electores, repartidos entre los 50 estados del país.
Este sistema tiene enormes implicaciones, no sólo para decidir quién gana las elecciones sino sobre la calidad de la democracia.
¿A quién se vota?
En las elecciones presidenciales de Estados Unidos, la ciudadanía no vota a uno de los dos candidatos, sino que debe elegir entre una serie de representantes de su estado. Son estos representantes quienes votan a uno de los dos candidatos presidenciales.
Los representantes también se conocen como compromisarios o electores y son convocados por los diferentes partidos políticos. Los electores se reparten entre los 50 estados, pero no todos los estados tienen el mismo número de electores: por ejemplo, California tiene 55 electores y Texas, 38.
En todo el país hay un total de 538 electores que conforman el Colegio Electoral, la autoridad que elige al presidente de Estados Unidos.
En casi todos los estados (48 de 50), todos los compromisarios o electores votan al mismo candidato: sus votos van al candidato presidencial que haya ganado por mayoría absoluta. Es decir, todos los votos van al candidato que haya ganado más del 50% de los votos en este estado.
Las excepciones de esta norma son los estados de Maine y Nebraska. En estos estados, los votos se reparten proporcionalmente: los votos de los compromisarios o electores son una representación proporcional del porcentaje de votos de la ciudadanía.
Haciendo cuentas
Así pues, en las elecciones norteamericanas hay dos tipos de voto: el voto popular (la ciudadanía que vota a los representantes) y el voto electoral, (cuando los representantes votan al candidato a la presidencia).
Normalmente estos dos votos acostumbran a coincidir. Por ejemplo, si los representantes demócratas son los más votados en la mayoría de estados, es muy probable que gane el candidato demócrata.
Sin embargo, también ha habido excepciones. Es el caso de Donald Trump, que en las elecciones de 2016 obtuvo menos votos populares que su oponente, la demócrata Hillary Clinton, pero acabó siendo presidente porque tenía más votos de electores.
En un sistema de elección indirecta, para ganar las elecciones es más importante el voto electoral que el voto popular. Al final no es tan importante ganar el apoyo de la población, sino ganar a los representantes de cada estado.
De esta manera, un candidato puede ganar más fácilmente si consigue muchos estados con un margen de voto pequeño, en lugar de ganar en algunos estados por amplia mayoría. Eso es lo que sucedió en las elecciones de 2016: Trump obtuvo la mayoría en más estados, pero Clinton ganó en número de votos totales.
Este sistema ha sido criticado por déficit democrático, precisamente porque puede pasar que el presidente acabe siendo el candidato con menos votos.
Los partidarios defienden que el sistema de voto indirecto da más importancia a los estados menos poblados y los iguala a otros estados más ricos. Así, los candidatos deben hacer campaña por todo el país y no concentrarse en las grandes ciudades y zonas urbanas. Por este motivo, ganar en las zonas rurales puede marcar la diferencia en la carrera presidencial.
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