¿Qué hacemos cuando se va la luz?

Sin poder trabajar, desplazarnos, cocinar o pagar con tarjeta. El apagón del 28 de abril nos hizo darnos cuenta de la gran dependencia eléctrica que tenemos los ciudadanos para poder llevar a cabo la mayor parte de las actividades de nuestro día a día. Vivir sin luz parece una utopía, especialmente en un mundo interconectado como el de hoy. Necesitamos luz para poder trabajar, estudiar, comunicarnos, desplazarnos o abastecernos y todo esto, a partir de las 12:30 horas del lunes, no se pudo hacer.

Tiendas a oscuras con las persianas medio bajadas, semáforos sin funcionar, trenes y metros parados o personas gritando que les abrieran la puerta de casa porque los interfonos no iban. Las velas, linternas y transistores se agotaron al poco tiempo, y muchos vecinos se concentraron en torno a una radio o un espacio con wifi para poder comunicarse e informarse de los acontecimientos.

El día parecía haberse congelado. Con las pantallas inhabilitadas, los desplazamientos a pie fueron la única solución para poder contactar con los familiares y amigos más cercanos. Mientras, los parques, las calles y las plazas se llenaron de familias y personas mayores que agotaban las últimas horas de luz solar.

La noche hizo evidente, aún más, las dificultades de vivir sin luz. Grandes ciudades como Barcelona habilitaron pabellones para que los ciudadanos que no habían podido regresar a su casa pudieran pasar la noche. Los interiores de las casas se llenaron de velas, linternas y fogones de gas para poder cocinar una cena caliente. Y todo ello mientras, progresivamente, la luz se fue restableciendo en todo el territorio hasta conseguir la plena normalidad.

Vivir sin luz

En países desarrollados la vida con electricidad se da por supuesta y forma parte de la cotidianidad, pero esto no ocurre en todas partes. Según datos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), 733 millones de personas en el mundo viven sin electricidad, y 2.300 millones siguen cocinando con combustibles contaminantes, como madera, carbón o estiércol seco, algo que pone en riesgo la salud de las personas y que tiene graves consecuencias para el medio ambiente.

Aunque durante la última década el acceso global a la electricidad ha mejorado, todavía hay muchos países que viven prácticamente a oscuras. Es el caso de Sudán del Sur, República Centroafricana, Sierra Leona o Chad, todos ellos en África Subsahariana, donde más del 90% de la población no tiene luz.

Que toda la población en el mundo tenga acceso a una energía “limpia, segura, sostenible y moderna” es uno de los objetivos que la ONU se ha fijado para 2030. Ahora bien, para cumplir este propósito es necesario avanzar en el uso de energías limpias, como la solar (proveniente del sol), la eólica (del viento) o la hidroeléctrica (del agua)

Así lo destaca un informe publicado en 2023 y que han elaborado diferentes organizaciones internacionales. Estos expertos reclaman una mayor cooperación internacional y una mayor inversión en energías renovables si se quiere conseguir que el acceso a la electricidad sea universal.

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Más allá de las afectaciones en la economía y el transporte, es probable que para muchas personas el gran apagón pase a ser una anécdota. Quedarse sin luz durante un día nos ha permitido conectar con lo esencial y vivir situaciones de solidaridad con nuestros vecinos o familiares, pero ¿cómo afrontaríamos nuestro día a día si siempre fuera así?

Días como el del 28 de abril pueden ayudarnos a empatizar con adolescentes y jóvenes de otros países del mundo que no tienen nuestros mismos privilegios, además de reflexionar sobre el ahorro energético y la gestión de recursos imprescindibles, como la luz.

También puede suponer una oportunidad para cambiar hábitos con respecto a nuestra dependencia en las pantallas. ¿Cómo te sentiste al no poder consultar el móvil ni encender la televisión durante un día entero?